lunes, 11 de julio de 2011

Entrañas.

No sé cómo decirte mundo, que te quiero.
Me asustas y aunque no es motivo suficiente, me alejo.
Me pierdo en este finito tormento, sin final ante mis
lluviosos y secos ojos.
Me voy navegando entre sueños irrealizables,
para luego compartirte mi desdén frustrado.
Te doy la espalda, te escupo y te maldigo sin agradecimiento.
Te juzgo en mi sentencia perdiendo serenidad y calma;
olvidando lo que me has dado.

No sé cómo demostrarte gente, que te quiero.
Me aterra (compleja) tu contacto y sin aparente razón, te alejo.
Te lastimo hundiéndote en mi soledad indulgente y perniciosa.
Me amarro lejos abreviando injustamente
tus usos y costumbres.
Te ato a la orca de mis delirios; un ego vivo... muerto.
Contemplo tu porvenir y me hago pequeño al predecir mi futuro.

No sé como demostrarte amor, que te necesito.
Que te espero con esperanza turbulenta.
Me deshago y desarmo contando tus crueles pasos
de muerte; fríos, inamovibles y dolorosos.
Crueles como mañana deprimida y tarde melancólica;
como atardecer sin nadie y noche solitaria.

¿Son los días redundantes que me pierden o son acaso
mis redundantes sentimientos y pensamientos aquellos
que me asfixian con mi propio veneno?

Quizá, sólo quizá sea el abrumador pesimismo armado
con un pasado inamovible y fantasmagórico de afilados recuerdos.
Arremetiendo mi obviada debilidad; mi trasparente
incapacidad para entender el sufrimiento que me he comprado;
un escudo de inexorable fortaleza alimentada
con desventuras -imaginarias o reales- que duelen.
Un acto tan frío al tacto que desvanece el alma y descarna el cuerpo.

Sumisión al sufrimiento que me he creado solo. Incentivado
por el mundo; la gente y el amor.